miércoles, 30 de diciembre de 2009

Alarmas

Dos días consecutivos, misma terraza del mismo bar, plaza céntrica de Sevilla. Varón de unos cuarentaimuchos, gafas de crisal grueso, pantalón de pana, jersey de lana y camisa. Idéntica petición a los clientes del establecimiento: una ayudita, me he quedado sin trabajo, tengo dos niñas. Cincuenta céntimos, lo que sea, que eso para usted no supone nada y para mí es muy importante. Una clienta del mismo establecimiento, una joven de unos trentaipocos, que cuida a un bebé al que habla en inglés, una vez que la persona descrita ha abandonado el lugar, se gira hacia mí y me espeta: "Hace tiempo que no vivo aquí en Sevilla y quería preguntarte si esto es lo habitual". Yo le digo que también hace una buena temporada que no estoy en la ciudad y que para mí también es sorprendente. Ella matiza: "sorprendente no; alarmante". El miedo pequeñoburgués. A mí también podría tocarme. La crisis. El paro y las hipotecas inasumibles. Un señor, bien vestido, pinta de empleado o funcionario y con toda la cara de clase media, que se recorre los bares del centro llenos de gente sonriente con muchas bolsas del Corte Inglés pidiendo limosna. Unos minutos después todos continuamos bebiendo Cruzcampo y atacando a las papas alioli y a los chipirones plancha. Pasarán otros peor vestidos y vendrán otros con cara de africanos a aquella y a otras terrazas para hacer idéntico negocio, pero ése es ya otro cantar.

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