jueves, 15 de octubre de 2009

Blair


Tony Blair's candidacy to become the president of the new European Council has launched the debate: Who should be the person? Who, amongst our current leaders, is the most suitable politician to go for it? Today I am not bothered about that one, as the former British Prime Minister once said when leaving office, but about his controversial figure. Firstly, I should admit that I am not impartial and so I will ever be: I cannot hide my fascination for him. I felt the same as millions of British voters over more than ten years. All of us understand what we mean exactly. I was equally captivated by his political charm. For all his political mistakes: too big to deserve forgiveness -the war on Iraq and his consequences-, I should say, for all his proven incapacity to get Britain into the heart of the Continent -and the Euro zone in particular- and fight its traditional euro scepticism, when he was at the right time and at the right position, despite all these reasons, I cannot claim that there is nowadays any other candidate more qualified than him for this job. Europe as a political actor is, probably, living one of its worst hours and only a internationally acknowledged figure as Blair's might take the EU back to the main scene. Blair's seductive power is universal, something that even his foes -which are emerging these days- would admit. As an Scotsman, to say, as a British person, at least in the near future, he will be an European. Despite everything. So take advantage of it.

Hassan


Tiene el aire de una urbanización playera, de los años setenta u ochenta , que bien podría estar situada en algún confín entre Ayamonte y Barbate, que es el microcosmos litoral de los sevillanos. Esa fue mi primera impresión en un primer y ya remoto paseo cuando asimilaba por qué los azares me habían llevado a ese rincón del mundo que yo hacía tan apartado del mismo. Es mi barrio. Dos notas lo caracterizan: la cotidianeidad y la omnipresencia. Hassan no tiene ningún atractivo arquitectónico especial. Tampoco descuella por su perfil social: sus habitantes son mezcla de clase media baja marroquí, expatriados europeos y funcionarios locales. Ni la cercanía del palacio real –uno de ellos— por levante, ni de la torre Hassan por el norte ni la de algunas sedes ministeriales por el sur le confieren una gracia especial. ¿La cotidianeidad? Cualquiera que haya pasado algo más que unas vacaciones veraniegas en un pueblo de nuestra tierra sabe a qué me refiero. La vida es lenta en Hassan. Es igual de corta o incluso más que en las urbes frenéticas del primer mundo, donde la gente llega a mucho más vieja que lo hacen los avejentados gorrillas del barrio. Pero la percepción del tiempo es torpe y pausada en Hassan. Todo es rutina en el barrio: un m’semen con un zumo de naranjas recién exprimidas en casa de Ibrahim, un té a la menta en una de las cafeterías exclusivamente masculinas de la calle Patrice Lumumba, un revolver la caja de tomates en la frutería de Jamid, un vistazo a los ramos de flores de la Place Pietri… Mientras todo eso ocurre, M’barak, el portero del barrio, vuelve de hacer uno de sus recados en una herrumbrosa bicicleta. ¿Cuántas veces? Las mismas escenas, los mismos protagonistas repiten la obra de teatro no ya una vez al día, sino varias, a cada momento. Haciéndose omnipresentes. Todos estarán visibles y serán accesibles varias veces al cabo del día en pocos metros cuadrados. Hassan es un gran patio por el que todos desfilan incesantemente con el propósito inconsciente de calmarnos ante la única verdad de la finitud de la vida.