viernes, 4 de septiembre de 2009

Ajonjolí


¿Qué vale hoy mirar a las manos arrugadas y sabias de los mayores cuando trabajan blancas de harina? ¿Qué más da de dónde vinieron y cuándo se disfrutó del primero de estos dulcísimos bocados? ¿Ocho, nueve, diez siglos? ¿Más? El mundo come -el que tiene el privilegio de cubrir holgadamente las necesidades básicas- cada vez más parecido y la globalización permite disfrutar del sabor idéntico de un Big Mac en Boston, Moscú y Casablanca. ¿Tiene alguna importancia que en una mesa marroquí de F'tor [como la magnífica con que nos obsequió Rachid en Rabat en la imagen], menú de ruptura del ayuno del Ramadán, me encontrara con un poco de sobremesa de Cuaresma? Buf, qué antiguo, se diría hoy en el Twitter y en el status del facebook. Pues claro que es lo mismo: un pestiño de mi abuela que la chebbakia de la abuela de Rachid. La chebbakia es el pestiño un poco más barroco, por lo retorcido y por el gusto marroquí por las especias. De Ramadán a Cuaresma y Semana Santa. Dos orillas y dos credos. Dulcería árabe, pero también musulmana, católica y agnóstica. Cuando he visto a la abuela de Rachid, tan sonriente y agradecida, he visto el mismo rostro de mujer sufrida y fuerte, con todas sus letras, de la chacha Pastora. De Demnate a Lora (del Guadalquivir). Come niño, que tienes que crecer y no te veo coger, nos dicen siempre, en andaluz, darija o bereber. En Rabat he visto mi casa, he visto el caféconleche y los pestiños de antes de salir a la puerta para ver la cofradía pasar en una tarde soleada de abril. ¿A estas alturas qué más da el Señor que Alá? Un pestiño, con su miel, con su huevo y con su aceite. Con su ajonjolí y su matalahúva. ¿Su qué? Las dos del árabe: de aǧǧulgulín y ḥabbat ḥulúwwa dice la Academia. Su sésamo y su anís.