jueves, 15 de octubre de 2009

Hassan


Tiene el aire de una urbanización playera, de los años setenta u ochenta , que bien podría estar situada en algún confín entre Ayamonte y Barbate, que es el microcosmos litoral de los sevillanos. Esa fue mi primera impresión en un primer y ya remoto paseo cuando asimilaba por qué los azares me habían llevado a ese rincón del mundo que yo hacía tan apartado del mismo. Es mi barrio. Dos notas lo caracterizan: la cotidianeidad y la omnipresencia. Hassan no tiene ningún atractivo arquitectónico especial. Tampoco descuella por su perfil social: sus habitantes son mezcla de clase media baja marroquí, expatriados europeos y funcionarios locales. Ni la cercanía del palacio real –uno de ellos— por levante, ni de la torre Hassan por el norte ni la de algunas sedes ministeriales por el sur le confieren una gracia especial. ¿La cotidianeidad? Cualquiera que haya pasado algo más que unas vacaciones veraniegas en un pueblo de nuestra tierra sabe a qué me refiero. La vida es lenta en Hassan. Es igual de corta o incluso más que en las urbes frenéticas del primer mundo, donde la gente llega a mucho más vieja que lo hacen los avejentados gorrillas del barrio. Pero la percepción del tiempo es torpe y pausada en Hassan. Todo es rutina en el barrio: un m’semen con un zumo de naranjas recién exprimidas en casa de Ibrahim, un té a la menta en una de las cafeterías exclusivamente masculinas de la calle Patrice Lumumba, un revolver la caja de tomates en la frutería de Jamid, un vistazo a los ramos de flores de la Place Pietri… Mientras todo eso ocurre, M’barak, el portero del barrio, vuelve de hacer uno de sus recados en una herrumbrosa bicicleta. ¿Cuántas veces? Las mismas escenas, los mismos protagonistas repiten la obra de teatro no ya una vez al día, sino varias, a cada momento. Haciéndose omnipresentes. Todos estarán visibles y serán accesibles varias veces al cabo del día en pocos metros cuadrados. Hassan es un gran patio por el que todos desfilan incesantemente con el propósito inconsciente de calmarnos ante la única verdad de la finitud de la vida.

No hay comentarios: