viernes, 27 de noviembre de 2009

Los medios, la democracia y el cordero



No seré sospechoso de mi admiración por la cultura y la identidad catalanas, sin duda un factor del progreso general de España durante, al menos, los dos últimos siglos. La seridad en el trabajo, la búsqueda del pacto y la negociación, el seny, constituyen parte del legado de esta región -nacionalidad según la Constitución de 1978- al conjunto de España. Pero creo que la iniciativa auspiciada por 12 periódicos con base en la comunidad de redactar un editorial conjunto pidiendo al Tribunal Constitucional que no realice modificaciones en el texto del nuevo Estatut constituye un error mayúsculo y sienta un grave precedente. Confío en que los jueces que forman el citado órgano no se dejen influir por la presión y actúen con total independencia y libertad. Si el Estatut sale absolutamente indemne, la soberanía nacional española se habrá parcelado por vez primera en más de treinta años de vigencia de la Constitución en tanto que Cataluña se constituye en "nación".
Pero volviendo al papel del papel, valga la redundancia, esta iniciativa quasi inédita no debe ser pasada por alto por los profesionales de la prensa de allí y de aquí. Los medios de comunicación, como argumenta el editorial de hoy de El País, no están para someterse al dictado de los partidos políticos, sino para ejercer la crítica y contar qué pasa. Ésa es su mayor contribución a la democracia, no secundar editoriales a la búlgara o a la soviética. Algo huele a chamusquina en el Reino de Montilla si esto es así.
Mientras en España seguimos enfrascado en la enésima batalla con la cuestión nacionalista y en la constante revisión de las esencias, aquí en Marruecos todo está preparado para la fiesta el Aid El Kebir, como lo está el portero de mi bloque, el gran Mubarak, que no ha tenido inconveniente en posar para este blog -satisfecho por el esfuerzo económico que me consta que ha hecho- junto al cordero que sacrificará mañana por la mañana, recordando al sacrificio que estuvo dispuesto hacer Abraham con su hijo por amor divino.

Xauen


Digo Xauen y no Chaouen o Chefchaouen, que parece esta última la más extendida de las formas que designan la bella ciudad colgada de una ladera del Rif, por ser aquella la denominación de la localidad en tiempos del Protectorado español de Marruecos. Probablemente la "x" española se adecúe mejor a lo que aquellos militares españoles entendían de labios de los marroquíes que lo hace la "ch" actual, que, hay que recordarlo, es francesa y no hispana. Salvo en "chaval" o "chorizo" pronunciado por ciertos andaluces. No harían mal en mirar el nomenclátor y pensar en una hipotética modificación del topónimo a tenor de la importante presencia española en la localidad serrana. Efectivamente, viajar por Marruecos supone para un español andaluz como es mi caso, un permanente redescubrimiento de las capas mejor escondidas de los sedimentos de nuestra cultura. Ayer, el director de mercados internacionales de la Oficina Nacional Marroquí de Turismo, Jamal Kilito, me aseguraba que en el imaginario marroquí existen dos emparejamientos urbanos: Granada-Fez y Sevilla-Marrakech. Estoy bastante de acuerdo con él y conveníamos en que un paseo por la impresionante medina de Fez debe asemejarse muchísimo a la vida en la Alcaicería granadina en tiempos de Boabdil.
Puede hablarse, en efecto, de una arabización, bereberización o incluso marroquinización -a cada cual de elegir el término que más le satisfaga- de la cultura española, ocurrida durante el Medioevo, que pervive hasta nuestros días. Gastronómica, paisajística, arquitectónica así como en esa forma tan particular de gestionar el tiempo y de no sucubir -del todo- a los rigores de las prisas y el estrés de la vida postmoderna. Pero, paseando por Chefchaouen se percibe lo contrario: hoy existe una hispanización de su medina. La villa, desde luego, evoca en su arquitectura a los vecinos pueblos blancos de las serranías gaditana y malagueña: Setenil de las Bodegas, Arcos de la Frontera, Ronda, Grazalema, Ubrique, Vejer de la Frontera, etc. En la medina de Chefchaouen todo el mundo habla español y, en los domingos, en las tiendecitas, mucho menos auténticas que las de la cercana Fez, pueden escucharse los ecos de los goles en los carruseles deportivos de las emisoras españolas, que ya pueden sintonizarse en la localidad. Abundan los nombres y las referencias ibéricas -fundamentalmente andaluces- en los negocios hosteleros de la misma: Hotel Andaluz, Pensión La Castellana, Riad Antonio, Hotel Córdoba, etc. Abundan los grupos de turistas españoles, que hacen que nuestra lengua sea mayoritaria en las calles de la villa. Entre ellos, no pocos mochileros españoles y europeos, que bajan al moro al reclamo de la abundancia de hachís -se calcula que en torno a 100.000 personas viven de esta actividad-. Además, los logotipos de la Junta de Andalucía y de la Cooperación Española se extienden por fachadas de las encaladas casas de la medina, que ayudan a restaurar y a adecentar.
Por desgracia, hay que añadir que esta hispanización actual de Chefchaouen va en detrimento de su carácter genuino, ya que parecen haber desaparecido de ella los oficios tradicionales para que sólo puedan encontrarse en ella los habituales objetos de marroquinería que se encuentran de norte a sur del país magrebí. Digamos que la oferta se ha adaptado a la demanda del turista y no al cliente tradicional como ocurre en Fez, Mequinez o en Rabat. Yo diría que es la medina menos marroquí de las que conozco. La prueba de que los influjos entre ambas orillas son y han sido mutuos y, desde luego, no se han detenido en nuestros días.