Mostrando entradas con la etiqueta España. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta España. Mostrar todas las entradas

jueves, 4 de diciembre de 2008

Enterrar a Fraga

Sigo sin entender el empeño que ponen muchos de nuestros compatriotas por insuflarle una prórroga innecesaria a la vida de la famosa frase acuñada por Manuel Fraga en sus tiempos de ministro de Información y Turismo del régimen. Mucho ha llovido desde entonces. Y mucho se ha fumado. Por suerte, el veteranísimo político, hoy senador, no ha de soportar la humareda que en otro tiempo inundaba los pasillos y el salón de plenos de la Cámara Alta. Spain is different. España constituía una realidad diferente, genuina, irremediable no ya respecto al resto de Europa, sino al mundo entero. Y estaba orgullosa de ello. Recurriendo a esta premisa, implícita o explícitamente, nuestros paisanos han justificado muchos de nuestros males y atrasos. La leyenda negra hace siglos, la ausencia de democracia después, la incapacidad de nuestros deportistas para obtener éxitos internacionales, el subdesarrollo de ciertas zonas del país, la lentitud de nuestra burocracia, etc. El penúltimo ejemplo de este rosario de excusas es el de la imposibilidad de que el país lleve a la práctica una prohibición de fumar en sus establecimientos hosteleros, como lo hacen la mayoría de las naciones europeas. Por ello, hay que enterrar a Fraga. No bajo tierra; que Dios le guarde muchos años de bravo carácter y sabiduría, cómo no. Hay que guardar su eslogan en una caja con siete llaves, como Menéndez Pelayo decía del sepulcro del Cid Campeador.

“En España es muy difícil que una ley así se implante… aquí siempre hemos sido muy dejados y la cervecita y el cubata y el cigarrito vienen juntos… ¿eso quién lo va a quitar de un día para otro?” El comentario es apócrifo, pero aseguro que lo han escuchado decenas de veces cada vez que surgía el tema susodicho. ¿Quién no ha oído lo mismo formulado de otra manera? Resulta que la pinta de cerveza y el cigarrillo no eran comunes en los pubs del Reino Unido ni el humo envolvía las cafeterías parisinas antes de la llegada de Sarkozy. Sólo en la taberna de Paco en Madrid o Guadalajara aquello era consustancial, claro. La cantinela dichosa puede tomar esta forma también: “Aquí las cosas van mucho más lentas que en los países del norte de Europa; los hosteleros están perdiendo mucho dinero… Nosotros nunca hemos sido intolerantes”. En Alemania los hosteleros no han perdido ni un euro, qué va, con la aplicación de la ley. Tanto es así que, como están tan satisfechos con la espantá de cierta clientela desde enero de 2008 en que entró en vigor su prohibición, se les ocurrió hace unas semanas dar plantón a la ley en ciertos lander.

Intolerantes. Sí, he escuchado esa palabra centenares de veces, provocándome cada vez que lo hacía una desagradable sensación. Resulta que el intolerante es el pobrecito que se come la tortilla con sabor a Winston, bebe del vaso cuyo filo sabe a Ducados y respira Marlboro de maravilla durante las dos horas que permanece en el bar. O en el restaurante. O en la caseta de feria. Si el pobrecito chaval se queja en público de que tiene que colgar la ropa en la ventana toda la noche para ventilarla, ducharse a las cinco de la mañana al regresar de la discoteca porque su cuerpo está impregnado desde el pelo a los pies de un olor nauseabundo a tabaco, resulta que es un intolerante. Cómo no me había dado cuenta. “Aquí siempre se ha fumado”, se dice. Me suena, me suena. Con el mismo argumento podría justificarse cualquier costumbre atroz de otro tiempo, como tirar cabras del campanario de la iglesia o marginar y violentar a las mujeres. O la antigua costumbre norteamericana de que los negros cedieran el asiento a los blancos en el autobús. Aquí siempre se ha hecho así, argumentarían algunos.

Ni siquiera el declive de la cultura tradicional de los pubs en el Reino Unido y el acaloramiento que aún provoca este asunto de las prohibiciones entre la vieja alma libertaria de muchos de sus ciudadanos ha impedido que al Gobierno británico le temblara la mano para aprobar la ley antitabaco que entró en vigor el 1 de julio de 2007. Pero ellos son los ingleses, claro, un pueblo demasiado disciplinado; nada que ver con el alma ibérica. Pero no, resulta que no: Italia, el ejemplo del desorden, la desobediencia cívica, el descontrol administrativo y jurídico, sí, nuestros primos hermanos del sur de Europa, fue el primer país en aprobar la ley antitabaco en la hostelería en 2005. Antes incluso que los escandinavos.

¿Quién falta de los grandes? España. Sexto consumidor per cápita del mundo de tabaco según los datos de The Economist de 2007. Un dudoso honor. Primero y destacado único representante de las naciones europeas en ese top ten de consumidores de colillas. Por el momento, al consumidor español le ampara una Ley Antitabaco para la hostelería, en vigor desde enero de 2006, que nació doblemente en forma de papel mojado: por una parte, el propietario del establecimiento hostelero se reservaba la potestad de decidir si prohibir los humos o no –con lo cual la decisión estaba cantada en la inmensa mayoría de los casos— y, por otra, el desarrollo de la ley se dejaba en manos de las comunidades autónomas. Únicamente los establecimientos mayores de 100 metros cuadrados se veían obligados a habilitar zonas para los no fumadores, con lo cual quedan de facto excluidos la mayoría de los establecimientos españoles, que son bares pequeños. El territorio de la noche, las salas de fiesta o las discotecas, a diferencia del resto de Europa, quedaba abandonado a su suerte. A las humaredas pestilentes. Todas ellas, por definición, qué casualidad, conseguían medir 99 metros cuadrados con un poquito de ingeniería artesanal.

A la libertad del fumador apelan los usuarios del pitillo. No hay libertad ni elección posible, hoy por hoy, para el no fumador. Sufre una dictadura del humo, un régimen envolvente y difícil de combatir. La creación de espacios habilitados al efecto en el interior de los locales atendería la reclamación de los fumadores. Y, con mucho más motivo, la existencia de un porcentaje de establecimientos, ya fuere el 10%, el 50% o el 90% del total, donde pudiera fumarse desmontaría el argumento de la persecución de su libertad.

La realidad es que otra generación espera ya mayor suerte y la oportunidad de ganar un espacio y un derecho que le corresponde. El de respirar y disfrutar de una velada en un bar, de un sorbo de vino y una loncha de jamón serrano sin olor a colilla mojada en el cenicero o la bocanada de humo en el ambiente. El de ganarle un centímetro más a ese canalla poderoso que se llama cáncer de pulmón. Reclamen lo que es suyo, lo que es de todos. Seamos intolerantes contra lo intolerante, como escribió un día Fernando Savater. Para que España deje de recurrir a la diferencia para aplazar lo inaplazable. Para enterrar la maldita frase de Fraga de una vez.

Publicado en vegainformacion.es

viernes, 4 de enero de 2008

Qué envidia. ¡Una ley antitabaco para España!

Comienza un nuevo año y con él la entrada en vigor de nuevas leyes. En España ya puede solicitarse una ayuda de 210 euros con la que el Gobierno intentará estimular a los jóvenes a marcharse de alquiler. En Francia, el 1 de enero fue la fecha elegida por el Gobierno de Nicolas Sarkozy para llevar a cabo la prohibición de fumar en establecimientos de hostelería. Como en España, el consumo de cigarrillos en centros de trabajo ya estaba prohibido, pero el país galo extiende ahora la interdicción a todos los establecimientos públicos. Entre ellos, bares y restaurantes. Los grandes beneficiados de la legislación española. La auténtica tomadura de pelo de la ley antitabaco aprobada en 2005 en nuestro país.
Qué envidia de Francia. Uno no tenía más que pasearse por las calles de París, como hice este verano, para comprobar cuan intrínsecamente relacionados están allí el consumo de tabaco con el disfrute de un café, un te o un refresco. Tanto en las terrazas de las populares brasseries parisinas como en el interior de los establecimientos fumar era un ejercicio casi mayoritario. Hasta una manifestación cultural nacional. También es cierto que los franceses han contribuido con los cigarrillos a configurar cierta erótica de la mujer, aunque sea éste otro asunto. Así lo destacaba, haciéndose eco de la prensa europea, Le Monde en su edición de ayer.

Con independencia del juicio que a cada cual le merezca la práctica de fumar, que a mí me resulta algo absurda y, sobre todo, la considero perniciosa para la salud en lugares cerrados y pequeños como bares o establecimientos de copas, ésta era y es la realidad empírica de París y sus gentes (1). Intuyo, por lo que conozco, que las cosas en provinces no son muy diferentes. Sin embargo, el fatum, el etiquetado gratuito e inexorable que ponemos los humanos a los lugares y sus habitantes, formemos parte o no de la comunidad, no ha bastado para que la ley se abra paso en Francia con pasmosa rapidez. Tampoco el estereotipo fue escollo en Italia, paradigma del país caótico, corrupto y rebelde a las normas, que se convirtió en el primer Estado de la UE en poner en práctica una prohibición absoluta de fumar en recintos públicos. Menos raro era lo del Reino Unido, donde pubs y pintas ya dejaron de ir acompañados del humo el pasado 1 de julio. Lo mismo ocurre desde comienzos de año en Berlín, antigua Alemania socialista, y en ocho Länder más. Y en Portugal, al que consideramos más atrasado que nuestro país. Qué envidia.



Todos sabemos que será cuestión de tiempo, que todos esos que argumentan que en España esa ley no funcionará, que Spain is different, que aquí buscamos de manera natural la forma de defraudar a lo público etcétera etcétera, acabarán diciendo que bueno, que hay que reconocer que la ley no era tan mala, es que el gobierno se empeñó y todo eso. Respuestas similares a las que dan los vecinos de Sevilla que proclamaron la inutilidad y la ridiculez del tranvía del centro y hoy lo cogen a diario. Decía el otro día el showman televisivo y finalista del Premio Planeta 2007 Boris Izaguirre en una entrevista con Jesús Quintero que la gran tragedia de Latinoamérica era haber heredado el cabreo y la queja española. Haberla puede que la haya a este lado del Atlántico, sí, pero lo cierto es que el carácter de la reclamación hispánica es poco democrático, en el sentido de que raramente utiliza los cauces que ofrece el sistema constitucional para poder prosperar. Somos los españoles quejosos, pero indolentes cuando se trata de reclamar ante el Estado o el resto de ciudadanos nuestros derechos. Por indiferencia o por el íntimo sentimiento del que carece de autoridad moral para exigir porque no cumple con sus obligaciones en muchos otros sitios y tiene mucho que callar. Ocurre igualmente en las elecciones: basta que cualquier corrillo ciudadano proclame la necesidad de derrotar a un candidato para que éste triunfe, seguramente apoyado por todos aquellos que le insultaron hasta la extenuación.
Emprender el exilio por no soportar el humo de los bares es exagerado, desde luego, pero este que escribe ha sentido más de una vez ganas de abandonar este país y marcharse a algún lugar con menos humos. Y sobre todo donde la ley no sea siempre el recurso para proclamar el derecho a la indolencia y la falta de compromiso con la comunidad. Como la ley antitabaco, paradigma de la España que se esfuerza por seguir siendo diferente.

(1) Quizás por ello, muchos fumadores franceses se quejan y toman estos días España como modelo. El diario Le Monde publicaba el miércoles pasado un artículo haciendo hincapié en la permisividad de la ley española.