viernes, 4 de enero de 2008

Qué envidia. ¡Una ley antitabaco para España!

Comienza un nuevo año y con él la entrada en vigor de nuevas leyes. En España ya puede solicitarse una ayuda de 210 euros con la que el Gobierno intentará estimular a los jóvenes a marcharse de alquiler. En Francia, el 1 de enero fue la fecha elegida por el Gobierno de Nicolas Sarkozy para llevar a cabo la prohibición de fumar en establecimientos de hostelería. Como en España, el consumo de cigarrillos en centros de trabajo ya estaba prohibido, pero el país galo extiende ahora la interdicción a todos los establecimientos públicos. Entre ellos, bares y restaurantes. Los grandes beneficiados de la legislación española. La auténtica tomadura de pelo de la ley antitabaco aprobada en 2005 en nuestro país.
Qué envidia de Francia. Uno no tenía más que pasearse por las calles de París, como hice este verano, para comprobar cuan intrínsecamente relacionados están allí el consumo de tabaco con el disfrute de un café, un te o un refresco. Tanto en las terrazas de las populares brasseries parisinas como en el interior de los establecimientos fumar era un ejercicio casi mayoritario. Hasta una manifestación cultural nacional. También es cierto que los franceses han contribuido con los cigarrillos a configurar cierta erótica de la mujer, aunque sea éste otro asunto. Así lo destacaba, haciéndose eco de la prensa europea, Le Monde en su edición de ayer.

Con independencia del juicio que a cada cual le merezca la práctica de fumar, que a mí me resulta algo absurda y, sobre todo, la considero perniciosa para la salud en lugares cerrados y pequeños como bares o establecimientos de copas, ésta era y es la realidad empírica de París y sus gentes (1). Intuyo, por lo que conozco, que las cosas en provinces no son muy diferentes. Sin embargo, el fatum, el etiquetado gratuito e inexorable que ponemos los humanos a los lugares y sus habitantes, formemos parte o no de la comunidad, no ha bastado para que la ley se abra paso en Francia con pasmosa rapidez. Tampoco el estereotipo fue escollo en Italia, paradigma del país caótico, corrupto y rebelde a las normas, que se convirtió en el primer Estado de la UE en poner en práctica una prohibición absoluta de fumar en recintos públicos. Menos raro era lo del Reino Unido, donde pubs y pintas ya dejaron de ir acompañados del humo el pasado 1 de julio. Lo mismo ocurre desde comienzos de año en Berlín, antigua Alemania socialista, y en ocho Länder más. Y en Portugal, al que consideramos más atrasado que nuestro país. Qué envidia.



Todos sabemos que será cuestión de tiempo, que todos esos que argumentan que en España esa ley no funcionará, que Spain is different, que aquí buscamos de manera natural la forma de defraudar a lo público etcétera etcétera, acabarán diciendo que bueno, que hay que reconocer que la ley no era tan mala, es que el gobierno se empeñó y todo eso. Respuestas similares a las que dan los vecinos de Sevilla que proclamaron la inutilidad y la ridiculez del tranvía del centro y hoy lo cogen a diario. Decía el otro día el showman televisivo y finalista del Premio Planeta 2007 Boris Izaguirre en una entrevista con Jesús Quintero que la gran tragedia de Latinoamérica era haber heredado el cabreo y la queja española. Haberla puede que la haya a este lado del Atlántico, sí, pero lo cierto es que el carácter de la reclamación hispánica es poco democrático, en el sentido de que raramente utiliza los cauces que ofrece el sistema constitucional para poder prosperar. Somos los españoles quejosos, pero indolentes cuando se trata de reclamar ante el Estado o el resto de ciudadanos nuestros derechos. Por indiferencia o por el íntimo sentimiento del que carece de autoridad moral para exigir porque no cumple con sus obligaciones en muchos otros sitios y tiene mucho que callar. Ocurre igualmente en las elecciones: basta que cualquier corrillo ciudadano proclame la necesidad de derrotar a un candidato para que éste triunfe, seguramente apoyado por todos aquellos que le insultaron hasta la extenuación.
Emprender el exilio por no soportar el humo de los bares es exagerado, desde luego, pero este que escribe ha sentido más de una vez ganas de abandonar este país y marcharse a algún lugar con menos humos. Y sobre todo donde la ley no sea siempre el recurso para proclamar el derecho a la indolencia y la falta de compromiso con la comunidad. Como la ley antitabaco, paradigma de la España que se esfuerza por seguir siendo diferente.

(1) Quizás por ello, muchos fumadores franceses se quejan y toman estos días España como modelo. El diario Le Monde publicaba el miércoles pasado un artículo haciendo hincapié en la permisividad de la ley española.

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