lunes, 24 de agosto de 2009

MC F'TOR


Más que por encarnar la versión más despiadada del capitalismo -asociación que muchos han fomentado hasta la extenuación-, la firma de comida rápida McDonald's representa la más versátil e inteligente forma de adaptación a los consumidores globales. La fórmula del éxito sin fronteras. Sin los unos y los otros. Muy al contrario, la marca norteamericana ha pasado olímpicamente de cavar zanjas que separen a occidentales -aparentemente McDonald's sería la máxima representación del imperialismo del Occidente anglosajón- del resto de mortales para moldear su oferta a los gustos culinarios más dispares. No sólo, como hemos podido apreciar aquí en Marruecos, McDondald's añade a su oferta habitual de Happy Meals -el menú más sencillo destinado a los niños con juguetito incluido- o Big Macs sandwiches adaptados al gusto local, como el McArabia con sabor a tajín -genérico para los guisos elaborados en unas cazuelas de barro cocido-, sino que lleva a sus cocinas el ramadán que ahora comenzamos. La bandeja que se muestra en la fotografía recoge el menú F'Tor, esto es, la comida que sirve de ruptura del ayuno en cada una de las noches del mes de ramadán. Una idea inteligente, toda vez que McDonald's es plenamente consciente de que los musulmanes superan los mil millones de personas a lo largo y ancho del mundo y el halal (lícito, según el Islam) es un negocio al alza por doquier. Por sólo 15 dirhams, la más barata de las fórmulas -ya que no olvidemos que la del ramadán es una fiesta que anima a hacer un sacrificio similar al que habitualmente se someten los que menos tienen y menos se llevan a la boca-, el cliente puede romper el ayuno con una harira -sopa de legumbres, francamente mejorable, cierto es-, un vaso de leche fría y una cajita con dátiles y sbakia, una versión local de lo que en Andalucía se llaman pestiños. A partir de las siete de la tarde había quienes aguardaban la caída del sol en el interior de uno de los McDonald's de la capital de Marruecos para romper el ayuno en este templo del éxito.

jueves, 20 de agosto de 2009

Educación, lengua y nación

Marruecos mejora a golpe de inversión extranjera, de hoteles de lujo en Marrakech, de puertos que aprovechan las olas deslocalizadoras, de las mejoras introducidas en un medio rural llamado a ser el Ikea de la verdura y la fruta del continente europeo, de la apertura, en suma, de una economía que lleva haciéndose cada vez más permeable a los capitales y las ideas del norte. Este crecimiento, no obstante, está condenado a estar lastrado por un problema de base que hace imposible cualquier comparación entre el modelo español del boom de los sesenta y el que impulsa la monarquía alauí. Es la educación, estúpidos, que diría el otro. Por mucha autopista, invernadero o placas solares que se construyan, el alcance del desarrollo será limitado si Marruecos no resuelve su problema educativo. Según las fuentes menos optimistas, un 50% de la población marroquí es analfabeta y el porcentaje asciende al 80% si nos circunscribimos al ámbito de las mujeres. La tragedia de tales cifras se explica por varias razones. Una de ellas, sin duda, tiene que ver con otro asunto irresuelto: el de la lengua. Europa entendió hace más de un siglo que si quería avanzarse en la construcción de los Estados y lograr el desarrollo de la burguesía y la mejora de las condiciones materiales de las clases populares era imprescindible contar con una lengua nacional. Elio Antonio de Nebrija escribió al acabar el siglo siglo XV una gramática del español porque estaba convencido de que aquello que se hablaba en el Reino de Castilla había dejado hacía mucho tiempo de ser latín. Convencimiento que tienen muchos aquí en Marruecos: darija, como se denomina el dialecto del árabe de este país, hace mucho que es otra cosa diferente al árabe coránico o clásico. Hora es de llamar las cosas por su nombre: Marroquí, por ejemplo.
Hora es de codificarlo, fijar su ortografía y su gramática y llevarlo a las imprentas de una vez. Llevarlo a las aulas. El carácter sagrado, revelado del árabe de Mahoma actúa como barrera, por ahora infranqueable del proceso. El árabe del Corán, extraño para la mayoría de la población, sigue siendo la única lengua oficial. Las élites marroquíes de Rabat y Casablanca, mientras tanto, ajenas, parecen felices hablando en francés en cafés y en facebook. Ça va bien, handullilah. La descolonización y consiguiente arabización del país vedan la posibilidad también a un francés en retroceso, casi testimonial en el norte e incapaz de plantar cara al avance del inglés.
¿Hasta cuando durará esta anomalía? Sin resolver el problema desde la base, esto es, una tragedia educativa explicada en parte por la anomalía lingüística, todo el edificio del progreso marroquí no pasará de ser mera fachada. La predicción es de Juan Goytisolo, que lo sabe mucho mejor que yo y para eso es el primer escritor español en hablar darija desde el Arcipreste de Hita: "El árabe clásico permanecerá, claro está, en el ámbito religioso y en el interestatal. Pero la comunicación en marroquí y argelino abarcará el contenido de los periódicos, del espacio escénico, del cine y de la creación literaria. Poner en boca de un personaje marrakchi o tangerino el habla estereotipada del Oriente Próximo provoca y provocará inevitablemente el efecto saludable de la risa".

jueves, 13 de agosto de 2009

Negociaciones



En estos días de redes sociales, de facebooks y twitters, que hoy ocupan el tiempo y el espacio que otrora llenaba el lento ritmo de la calle, vivimos la esclavitud de la concisión. (Por cierto, algunos, como el ex primer ministro Blair se adelantó a calificar a los jóvenes de hoy como miembros de la google generation hace un par de años. Se equivocaba: las redes sociales han tomado las riendas y refundan a la nueva generación). Reducir el número de caracteres. Transmitir el más efectivo de los mensajes en el menor tiempo y espacio posibles. Un post en un blog aspira a lo mismo. En convertirse en un pildorazo, algo así como un espresso informativo tomado de un solo sorbo y con cinco aplicaciones de Firefox abiertas a la vez. Además, un post sin imágenes se hace tedioso en esta era. A éste le sobra, desde luego, mucho de esta parrafada. Un sobre y dos cifras: una negociación para coger un taxi en Marruecos. Fue en El-Jadida, en la costa atlántica del país magrebí. Podría haber sido en cualquier otro lugar. El interesado en subirse al taxi escribe abajo la cantidad que está dispuesto a pagar para alcanzar las costas de Oualidía, setenta kilómetros al sur siguiendo el litoral marroquí. Ya se cree conocedor de las lides del regateo. Cree que ya no pueden engañarlo mucho, porque ha pasado varios meses viviendo entre ellos. Sin que medie intercambio lingüístico dada la barrera idiomática, el conductor del coche, gran taxi Mercedes de color blanco, rubrica su contraoferta: 4.000 dirhams. Con la d en mayúsculas, por si hubiera dudas. Pese a la discordancia de cifras y lo desorbitado de la petición del conductor del taxi, la negociación no continúa. Lo coges o lo dejas. La crisis no perdona a nadie y hay días en los que negociar el pan de cada día no es un juego de niños. La anécdota provoca la carcajada general, incomprendida y surreal. Sin embargo, el desplante pasará a la historia misterioso, inescrutable.

viernes, 12 de junio de 2009

Bon courage, Laurent!


Gafas con montura metálica, cara de joven intelectual parisiense, coleta rubia al viento de las montañas alpinas, cara de mala uva... así recordamos en la fotografía de la retina a Laurent Fignon, campeón ciclista francés, vencedor del Tour en 1983 y 1984, acaso el último grande que ha dado a este deporte el país vecino. El público español lo recuerda también por una anécdota de esas que escuecen especialmente entre los nuestros, cuando escupió a una cámara de TVE al término de una etapa del Tour de la que no salió muy bien parado. Conmigo, hace seis años en Sevilla, durante la edición del Festival de Cine y Deporte dedicada al ciclismo, fue mucho más amable y no tuvo inconveniente en posar para hacerse una fotografía. Ayer, Laurent Fignon, de 48 años, reconoció que padece un cáncer avanzado en las vías digestivas. Los expertos médicos --y a él no se le escapa, tan frío e inteligente como siempre-- conocen de sobra que el diagnóstico de este tipo de cáncer es especialmente dramático. Evitaré toda referencia a la conexión, aún no demostrada, entre el dopaje practicado en aquel tiempo y aún ahora con la aparición de esta enfermedad. No es el día. Hoy tenemos que estar todos apoyando a Laurent y dejarle claro todos que estamos convencidos de que va a superar este contratiempo. Menos duro, sin duda, que perder por un puñado de segundos un Tour en los Campos Elíseos, sin duda. Porque en casta muy pocos han sido capaz de doblegarle. Bon courage, Laurent!!

martes, 10 de marzo de 2009

Por fin, hamdulillah

Ya era hora. Nuestras cabezas pensantes, ya se encuentren en la administración --Junta de Andalucía, ayuntamientos, diputaciones, etc.-- o en el mundo de la empresa han dado al fin con la idea de conectar nuestra región con el país vecino del sur, Marruecos. Con el país que hoy aún, como ocurre con la metonimia argentina de llamar gallegos a todos los españoles, hace frecuentemente lo propio con los andaluces para referirse a los habitantes de nuestro país en su conjunto. No era lógico, como tantas cosas en esta vida, que Andalucía, la región vecina, el último depósito de la cultura islámica en la Península Ibérica y salvaguarda de lo mejor de un período extenso de nuestra historia, no estuviera conectada en esta versión low cost del transporte de los cielos con el país del Maghreb. Ha sido la nueva compañía Andalus Líneas Aéreas. Llegó tarde, pero más vale así que nunca. Saludamos y celebramos el hallazgo. Casablanca, Marrakech, Sevilla y Córdoba, cuatro ciudades hermanas y vecinas, un paso más cerca. Un paso hacia el entendimiento y el redescubrimiento mutuo. Hamdulillah. Aleluya. Ya era hora.

sábado, 3 de enero de 2009

'Gorrilla' bueno, 'gorrilla' malo

Reconozco que cuando el pasado octubre me disponía a dejar mi sevillana barriada de Bami –nunca he sabido distinguir la diferencia entre aquélla voz y barrio, pero creo que así la llaman los medios mayoritarios— para instalarme en Rabat, la capital marroquí, pensaba que el contraste con una realidad perteneciente al mundo en vías de desarrollo convertiría mi rincón urbano por lo menos en la calle Serrano o en el Boulevard Saint Germain. Creía que el escenario de mi cotidianeidad desde hace quince años, es decir, el camino a la panadería Polvillo de las andaluzas y vienas, el Kiosco Verde donde suelo acudir cada domingo por la mañana a comprar los periódicos calentitos, la Plaza de Rafael Salgado con sus palmeras y sus cafeterías, el mismo entramado urbano que decoran desde hace muchos más los sempiternos aparcacoches ilegales, dejaría de parecerme inmediatamente un lugar desagradable y degradado por contraste con una realidad pobre como la marroquí. No ha sido así en todos los casos. Los hechos han demostrado que, por suerte, hay lugares en los segundos y terceros mundos menos inhóspitos y más recomendables que en los primeros, donde existen realidades que rozan –y alcanzan— el tercermundismo.

Grata ha sido mi impresión al ver que el problema de los gorrillas, estos aparcacoches ilegales que se extienden sin freno por Sevilla a golpe de chantaje e intimidación, ni es irresoluble ni inevitable. Existen en Marruecos, claro que sí. La miseria y la operación diaria de supervivencia abocan a muchas personas al pluriempleo de las chapuzas y la propina. Limpiabotas, empleados de tiendas que llevan a los domicilios todo lo llevable y más, porteros que trabajan de camareros, electricistas y carniceros… Todo vale para levantarse con vida una mañana más, handulillah. También hay gorrillas. El precario y primario estado de naturaleza de ciertos estratos de la sociedad rabatí –más acusado en el medio rural—, quizá comparable a lo que narran los supervivientes de la Sevilla de los 40 que cantaba el Pali en sus sevillanas, aproxima a los aparcacoches marroquíes mucho más al pícaro de la posguerra que al género gorrillero actual. En Marruecos el gorrilla vigila efectivamente el vehículo, porque sabe que su pan –literalmente rond pain, que cuesta un dirham, porque es lo más consistente que come mucha gente en el país— depende de cumplir con esa tarea. También te lleva las bolsas a casa si estás cargado e incluso te aparca el coche si tienes prisa o dificultad. El agradecimiento de estas personas al recibir la propina contrasta con el desprecio del gorrilla sevillano, que rara vez no refunfuña porque la cantidad obtenida no es la que esperaba. Cuando no te amenaza o la lanza sobre tu vehículo con furia.

El fenómeno de los gorrillas hispalenses, jóvenes toxicómanos que recaudan dinero por una actividad ilegal utilizando el chantaje y la intimidación, es tan producto de nuestra sociedad como la línea uno del metro o las rebajas de enero. Dejadez política, permisividad jurídica y policial y debilitamiento de la autoridad, falta de políticas sociales contundentes contra la marginalidad y la drogadicción, etc. Múltiples son las causas y numerosos los responsables, pero el resultado es el sufrimiento y la indignación de una población que en Bami, como en otras barriadas sevillanas y españolas, no se lo merece cuando paga sus impuestos municipales con la misma religiosidad que lo hacen los de la calle Asunción. La última receta de las autoridades municipales, la ordenanza antivandálica del Ayuntamiento de Sevilla, que despertó la ilusión del respetable ya que preveía el requisamiento del botín al aparcacoche comienza a sumirse en un sueño de los justos sin siquiera haber sido puesta en práctica. También parte de la responsabilidad debe atribuirse a las agrupaciones vecinales, aunque al ciudadano no puede presumírsele el heroísmo. Ni el uso de la fuerza, que en nuestras democracias corresponde en exclusiva al Estado. Ése es el pacto tácito de los ciudadanos y eso, en última instancia, nos distingue como sociedad. Aunque a veces, desgraciadamente, fenómenos como el de los gorrillas evidencien un fracaso colectivo y la obligación de aprender de sociedades aparentemente más retrasadas.