sábado, 6 de diciembre de 2008

Lucidez constitucional

Brillante, Alfonso Guerra, en una entrevista al diario El País publicada hoy. Sensato, responsable y prudente donde tiene que estarlo, como en la defensa de la monarquía parlamentaria actual por haber sido el mejor garante de la democracia y las libertades. "No tiene ningún sentido someter a las generaciones futuras a unas tensiones monarquía/república que hubo en el pasado cuando justamente la monarquía parlamentaria que hoy existe en España ha garantizado el respeto a la libertad y a la democracia". Y audaz en su propuesta de abolición del articulo 150.2 de la Constitución Española con vistas a poner fin a la potestad por la cual las Comunidades Autónomas puedan estar indefinidamente asumiendo competencias del Estado. "Hay que cerrar el proceso constituyente", ha dicho.

http://www.elpais.com/articulo/espana/Soy/partidario/derogar/articulo/1502/Hay/cerrar/proceso/constituyente/elpepunac/20081206elpepinac_17/Tes

jueves, 4 de diciembre de 2008

Enterrar a Fraga

Sigo sin entender el empeño que ponen muchos de nuestros compatriotas por insuflarle una prórroga innecesaria a la vida de la famosa frase acuñada por Manuel Fraga en sus tiempos de ministro de Información y Turismo del régimen. Mucho ha llovido desde entonces. Y mucho se ha fumado. Por suerte, el veteranísimo político, hoy senador, no ha de soportar la humareda que en otro tiempo inundaba los pasillos y el salón de plenos de la Cámara Alta. Spain is different. España constituía una realidad diferente, genuina, irremediable no ya respecto al resto de Europa, sino al mundo entero. Y estaba orgullosa de ello. Recurriendo a esta premisa, implícita o explícitamente, nuestros paisanos han justificado muchos de nuestros males y atrasos. La leyenda negra hace siglos, la ausencia de democracia después, la incapacidad de nuestros deportistas para obtener éxitos internacionales, el subdesarrollo de ciertas zonas del país, la lentitud de nuestra burocracia, etc. El penúltimo ejemplo de este rosario de excusas es el de la imposibilidad de que el país lleve a la práctica una prohibición de fumar en sus establecimientos hosteleros, como lo hacen la mayoría de las naciones europeas. Por ello, hay que enterrar a Fraga. No bajo tierra; que Dios le guarde muchos años de bravo carácter y sabiduría, cómo no. Hay que guardar su eslogan en una caja con siete llaves, como Menéndez Pelayo decía del sepulcro del Cid Campeador.

“En España es muy difícil que una ley así se implante… aquí siempre hemos sido muy dejados y la cervecita y el cubata y el cigarrito vienen juntos… ¿eso quién lo va a quitar de un día para otro?” El comentario es apócrifo, pero aseguro que lo han escuchado decenas de veces cada vez que surgía el tema susodicho. ¿Quién no ha oído lo mismo formulado de otra manera? Resulta que la pinta de cerveza y el cigarrillo no eran comunes en los pubs del Reino Unido ni el humo envolvía las cafeterías parisinas antes de la llegada de Sarkozy. Sólo en la taberna de Paco en Madrid o Guadalajara aquello era consustancial, claro. La cantinela dichosa puede tomar esta forma también: “Aquí las cosas van mucho más lentas que en los países del norte de Europa; los hosteleros están perdiendo mucho dinero… Nosotros nunca hemos sido intolerantes”. En Alemania los hosteleros no han perdido ni un euro, qué va, con la aplicación de la ley. Tanto es así que, como están tan satisfechos con la espantá de cierta clientela desde enero de 2008 en que entró en vigor su prohibición, se les ocurrió hace unas semanas dar plantón a la ley en ciertos lander.

Intolerantes. Sí, he escuchado esa palabra centenares de veces, provocándome cada vez que lo hacía una desagradable sensación. Resulta que el intolerante es el pobrecito que se come la tortilla con sabor a Winston, bebe del vaso cuyo filo sabe a Ducados y respira Marlboro de maravilla durante las dos horas que permanece en el bar. O en el restaurante. O en la caseta de feria. Si el pobrecito chaval se queja en público de que tiene que colgar la ropa en la ventana toda la noche para ventilarla, ducharse a las cinco de la mañana al regresar de la discoteca porque su cuerpo está impregnado desde el pelo a los pies de un olor nauseabundo a tabaco, resulta que es un intolerante. Cómo no me había dado cuenta. “Aquí siempre se ha fumado”, se dice. Me suena, me suena. Con el mismo argumento podría justificarse cualquier costumbre atroz de otro tiempo, como tirar cabras del campanario de la iglesia o marginar y violentar a las mujeres. O la antigua costumbre norteamericana de que los negros cedieran el asiento a los blancos en el autobús. Aquí siempre se ha hecho así, argumentarían algunos.

Ni siquiera el declive de la cultura tradicional de los pubs en el Reino Unido y el acaloramiento que aún provoca este asunto de las prohibiciones entre la vieja alma libertaria de muchos de sus ciudadanos ha impedido que al Gobierno británico le temblara la mano para aprobar la ley antitabaco que entró en vigor el 1 de julio de 2007. Pero ellos son los ingleses, claro, un pueblo demasiado disciplinado; nada que ver con el alma ibérica. Pero no, resulta que no: Italia, el ejemplo del desorden, la desobediencia cívica, el descontrol administrativo y jurídico, sí, nuestros primos hermanos del sur de Europa, fue el primer país en aprobar la ley antitabaco en la hostelería en 2005. Antes incluso que los escandinavos.

¿Quién falta de los grandes? España. Sexto consumidor per cápita del mundo de tabaco según los datos de The Economist de 2007. Un dudoso honor. Primero y destacado único representante de las naciones europeas en ese top ten de consumidores de colillas. Por el momento, al consumidor español le ampara una Ley Antitabaco para la hostelería, en vigor desde enero de 2006, que nació doblemente en forma de papel mojado: por una parte, el propietario del establecimiento hostelero se reservaba la potestad de decidir si prohibir los humos o no –con lo cual la decisión estaba cantada en la inmensa mayoría de los casos— y, por otra, el desarrollo de la ley se dejaba en manos de las comunidades autónomas. Únicamente los establecimientos mayores de 100 metros cuadrados se veían obligados a habilitar zonas para los no fumadores, con lo cual quedan de facto excluidos la mayoría de los establecimientos españoles, que son bares pequeños. El territorio de la noche, las salas de fiesta o las discotecas, a diferencia del resto de Europa, quedaba abandonado a su suerte. A las humaredas pestilentes. Todas ellas, por definición, qué casualidad, conseguían medir 99 metros cuadrados con un poquito de ingeniería artesanal.

A la libertad del fumador apelan los usuarios del pitillo. No hay libertad ni elección posible, hoy por hoy, para el no fumador. Sufre una dictadura del humo, un régimen envolvente y difícil de combatir. La creación de espacios habilitados al efecto en el interior de los locales atendería la reclamación de los fumadores. Y, con mucho más motivo, la existencia de un porcentaje de establecimientos, ya fuere el 10%, el 50% o el 90% del total, donde pudiera fumarse desmontaría el argumento de la persecución de su libertad.

La realidad es que otra generación espera ya mayor suerte y la oportunidad de ganar un espacio y un derecho que le corresponde. El de respirar y disfrutar de una velada en un bar, de un sorbo de vino y una loncha de jamón serrano sin olor a colilla mojada en el cenicero o la bocanada de humo en el ambiente. El de ganarle un centímetro más a ese canalla poderoso que se llama cáncer de pulmón. Reclamen lo que es suyo, lo que es de todos. Seamos intolerantes contra lo intolerante, como escribió un día Fernando Savater. Para que España deje de recurrir a la diferencia para aplazar lo inaplazable. Para enterrar la maldita frase de Fraga de una vez.

Publicado en vegainformacion.es